El golpe que no vimos venir

Las desilusiones duelen, pero nunca llegan sin avisar.
Siempre hubo una señal, un silencio, un gesto que intentamos ignorar.
Y aun así, cuando la verdad aparece, nos rompe igual.

Desilusionarse de alguien no es perder a una buena persona,
es perder la idea que construimos de ella.
Es enfrentar que dimos más de lo que recibimos,
que confiamos donde no debíamos
y que pusimos el corazón donde no había manos para sostenerlo.

La desilusión no es un castigo, es una revelación.
Una sacudida que te dice:
“Despierta. Suelta. No te quedes donde no te ven.”

Y sí, duele.
Duele aceptar que esperábamos humanidad donde solo había conveniencia,
lealtad donde había ego,
y cariño donde solo existía costumbre.

Pero también libera.
Porque cada desilusión te muestra tu valor,
te enseña quién sí merece estar
y te recuerda que la vida quita lo que estorba…
aunque al principio duela.

No temas a las desilusiones.
Teme a quedarte donde ya fuiste traicionada por la verdad.”

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