A veces lo más desgarrador no es la deslealtad en sí, sino la indiferencia de quien la cometió.
Él sigue su vida como si nada hubiera pasado, convencido de que no hizo nada malo, mientras tú cargas con el peso del dolor, la duda y la tristeza. Y esa asimetría emocional duele más que el acto mismo.
Hay personas que no ven el daño que generan porque nunca han aprendido a mirarse con honestidad.
Confunden comodidad con inocencia.
Confunden ausencia de culpa con ausencia de responsabilidad.
Mientras tú te preguntas qué hiciste mal, él simplemente continúa, protegido por su falta de conciencia emocional. Pero la verdad es simple:
que él no reconozca su deslealtad no la vuelve menos real.
Solo revela sus límites, no los tuyos.
Tu sufrimiento no es exageración; es sensibilidad, presencia y capacidad de vínculo.
Su indiferencia no es fortaleza; es desconexión, evasión y falta de madurez afectiva.
Y aunque hoy duela que él no vea lo que te rompió, algún día entenderás que esperar conciencia de quien no puede ofrecerla también es una forma de abandonarte a ti misma/o.
Sana a tu ritmo.
Llora lo que dolió.
Y recuerda: tu profundidad emocional no es una debilidad; es precisamente lo que lo diferencia de él.
