Esa niña crece y se convierte en una mujer que nunca puede bajar la guardia.
Su cuerpo vive en alerta.
Su mente no descansa.
Porque aprendió que relajarse era peligroso.
No confía en nadie. Porque el amor que conoció le enseñó a doler.
Se enamora del que no la elige. Da todo esperando que esta vez, si se queden.
Pero nadie se queda. Porque ni ella sabe cómo quedarse con ella misma
No es que no valga. Es que nadie le mostró lo que era sentirse a salvo. Ni en su casa. Ni en su cuerpo. Ni en sus emociones.
Esa niña sigue viva dentro de ti. Esperando un abrazo. Esperando ser reconocida. Esperando que, por fin, alguien la cuide: tú misma
REFLEXION:
Muchas mujeres cargan con una herida silenciosa: la de niña que nunca fue protegida.
Esta niña que aprendió demasiado pronto a sobrevivir.
Que entendió que llorar era molestar.
Que relajarse era peligroso.
Que confiar era exponerse a que la lastimaran
Y esa niña creció.
Hoy es una mujer que da todo en el amor… pero no sabe recibir.
Que se queda esperando migajas … porque nunca le enseñaron que merecía lo grande.
Que parece fuerte por fuera, pero por dentro lleva un cansancio que no sabe explicar.
Y esa niña sigue viva dentro de ti.
Y no necesita que la rescaten otros.
Necesita que la mires tú.
Que la abraces tú.
Que seas tú quien por fin le diga: “Estás a salvo conmigo, puedes descansar”.
Sanar tu niña interior no borra tu pasado, pero te libera del dolor de seguir repitiéndolo.
Y abre el camino para construir relaciones desde la paz, no desde la herida.
Si es posible de dejar de sobrevivir y empezar a vivir.
